El título de duque lo ostentaban los jefes de las tribus del reino franco en la Edad Media y deriva de la palabra latina ducere, “conducir”, pues eso era precisamente lo que hacían los jefes en esos tiempos, ponerse al frente de sus ejércitos y comandarlos en el campo de batalla.
Con el tiempo, el título se volvió también apellido y es el que lleva el presidente de Colombia, con más deshonor que honra. Nunca un elegido presumió tanto y mando tan poco.
El inexperto mandatario suramericano llegó al poder cuando los electores de derecha votaron por el candidato escogido por el expresidente Álvaro Uribe, amo supremo del Centro Democrático. Sus seguidores cumplieron a rajatabla con una máxima que se hizo popular en los días previos a la selección del candidato: el que diga Uribe. Allá no importó la hoja de vida del aspirante, ni su trayectoria política, ni su preparación y menos su liderazgo. Pues de haberlo tenido jamás lo hubieran escogido. ¿Para qué? Con el de Uribe basta y no se aceptan competencias. En ese partido lo que prima es que los seguidores sepan hacer caso.
Y desde el primer día en el Palacio de Nariño, Duque ha demostrado una lealtad que raya con el servilismo hacia su benefactor. Se dejó escoger su Gabinete sin chistar. Entorpeció y tiene contra las cuerdas el proceso de paz. Hace todo lo que le ordenan y como es aplicado, ya no solo obedece a su jefe natural, sino que hace también todo lo que le piden desde el norte. Sin importar que eso implique traicionar el sentimiento de solidaridad que une a los latinoamericanos o, incluso, destrozar las tradiciones diplomáticas que nos han permitido conservar uno de los contados espacios de decisión y poder como lo es la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, ahora más que nunca vital para reconstruir nuestras economías afectadas por la pandemia del coronavirus.
No había terminado de conocerse en las capitales del continente la esperpéntica aspiración del gobierno de Trump de postular a un oscuro funcionario de tercer nivel a la presidencia del BID, tres veces rechazando como posible vicepresidente por falta de requisitos, cuando el duque colombiano más emocionado que porrista de high school, le clavó el puñal a América Latina apoyando sin miramientos este desatino.
Tal vez por eso el alcalde de Medellín, conocedor de lo que duque significa, quiso evitar ultrajes mayores a la historia y eludió mencionar la palabra, cuando recientemente saludó al presidente de los colombianos como Iván Márquez. Nombre y apellido que por cierto, también le quedan grandes.
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